Cuando un inmigrante llega a un país lejos del suyo las opciones para reinventarse y salir adelante pueden ser inciertas. Sin embargo, el camino es más claro para aquellos que, aún lejos de su entorno, deciden emprender cargando en sus espaldas las raíces del país que los vio nacer.
Esa es la historia del chileno Sebastián Rivera que, teniendo que dejar su país, se abrió camino hasta Puerto Rico con cortes de periódico y una que otra idea de negocio.
«Es difícil para un patiperro adaptarse a algo totalmente nuevo y desconocido. La nostalgia y las ganas de estar en mi Chilito siempre estarán presentes, pero las ganas de surgir nos llevarán lejos», admitió.
Rivera llegó a la Isla hace cinco años luego de conocer en el 2011 a la puertorriqueña Yarisneth Lozada, quien ahora es su esposa. Ambos se vieron por primera vez en un viaje que realizó la arquitecta a Santiago, Chile, para ayudar en la reconstrucción de la capital chilena tras el terremoto que sufrieron en 2010. Para el 2012, Rivera comenzó el proceso de visado, que se extendió por dos años.
El chileno, natural de Santiago, llegó a Puerto Rico y se estableció en el barrio Las Lomas en Naranjito, pueblo que vio crecer a Lozada y del cual quedó enamorado por su tranquilidad y clima. “Los primeros tres años estuvo sin usar pantalones largos”, contó su esposa.

Sebastián Rivera llegó desde Chile para abrir su restaurante. Foto: Naylibeth Mercado.
El día a día de Rivera, como el de tantos otros inmigrantes que abandonan su tierra en busca de un mejor porvenir, está cargado de una constante nostalgia por estar alejado de su hijo y familia. Justamente, fue en ese intento de construir un Chile en el extranjero, cuando comenzó a atraer a varios de sus compatriotas a su comunidad en Naranjito.
A raíz de ello surgió la idea de construir un carrito para vender comida autóctona de Chile, por lo que la pareja tomó un préstamo para comprar todos los materiales necesarios. Al cabo de un tiempo, la oferta gastronómica del carrito de comida chilena aumentó con frappés, los “completos” (hot dogs chilenos) y los sándwiches.
“Trabajar un concepto chileno en Puerto Rico, y más en el campo, fue bien cuesta arriba. Abríamos de día, hasta la noche, y casi nadie venía. Pero lo importante fue mantenernos fieles al concepto y al final dio resultado”, explicó Lozada.
Aquella simple idea de negocio se convirtió eventualmente en el único restaurante de comida chilena en Puerto Rico, llamado “EL AZ”, pero también conocido como “El rincón del chileno”. Para el proveniente de la Tierra de los Poetas, Puerto Rico tiene mucho que ofrecer y él lo ha vivido en todos los sentidos.

El AZ está ubicado en Naranjito, pueblo en el que nació Lozada. Foto: Naylibeth Mercado.
Historias como las de este chileno están presentes entre las plazas públicas, en medio de actividades culturales, en cada restaurante fundado por inmigrantes latinos en Puerto Rico e, inclusive, en el barrio más remoto de Naranjito. Como si se propagara con un denominador común, cada historia tiene su toque de casualidad e ingenio, aunque en escenarios distintos.
En el caso de la venezolana Mary Carmen Díaz, la intención de vivir en la Isla del Encanto surgió luego del “El Reencuentro” en el 1998 del afamado grupo musical puertorriqueño “Menudo”.
Díaz trabajaba en el área de producción y mercadeo de eventos cuando le surgió la oportunidad de laborar en Puerto Rico para el evento musical. El reencuentro de la agrupación llevó a la venezolana a conocer al boricua Samuel Rodríguez, con quien mantuvo comunicación en la distancia.

Mary Carmen Díaz pasó de trabajar en la producción de eventos a tener su negocio de comida en Puerto Rico. Suministrada.
Fue en 1999, cuando la joven decidió regresar a suelo boricua, pero esta vez no la motivaba un concierto ni una producción. Díaz llegó a la Isla para establecerse junto a Rodríguez con la ilusión de crear una familia que, al sol de hoy, es una realidad que está acompañada de dos hijas gemelas.
Aún así, el amor que ella siente por su país natal, en donde aún permanece su madre junto con otros familiares cercanos, sigue creciendo en la distancia. “Los extraño a ellos y a mí país. Venezuela fue el lugar en donde nací y crecí, es mi hogar, donde tengo mis vivencias de niña. Uno sale del país, pero el país nunca sale de uno”, puntualizó Díaz.
A su llegada a Puerto Rico, la joven venezolana se topó con una cultura muy parecida a la de su país, lo que facilitó el proceso de adaptación a más de mil kilómetros de su tierra y lejos de las costumbres con las que creció.
“Fue una adaptación sencilla. La comida, la gente y el hablar fueron componentes claves en ese proceso, pero fue agradable adoptarlos en mi vida como algo nuevo y enriquecedor”, reconoció Díaz.
Ese mismo sentimiento, que la hizo sentir como en casa en poco tiempo, la llevó a ofrecer servicios desde su hogar de comidas venezolanas para actividades, proyecto al que llamó “Viva Bien”. “Fue parte de mi nueva vida como madre. Quise hacer algo que no interrumpiera demasiado el tiempo en familia”, aseguró Díaz, al tiempo que destacó que su talento en la cocina lo adquirió mientras trabajaba en otros restaurantes.
Aunque eventualmente abrió varias franquicias, Díaz decidió transformar el concepto del negocio a uno más saludable y regresar a trabajar desde su casa.
Sin embargo, ese deseo de mantenerse cerca de sus raíces aún a la distancia se mantiene vivo y se ha ido transformando de acuerdo con sus necesidades y las de su país. Motivada por las situaciones que atraviesa Venezuela, Díaz ingresó a un programa de ayuda humanitaria en Puerto Rico dedicado a enviar suministros, medicinas y comida.

La venezolana es parte de un programa de ayuda humanitaria de Puerto Rico que apoya a su país. Suministrada.
Si de algo está segura Díaz, es que el tiempo de regresar a la tierra que la vio crecer llegará en algún momento. Mientras tanto, agradeció a Puerto Rico por recibirle con los brazos abiertos y por ser “una Isla que brinda esperanza, un país libre y solidario”.
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